Oda a la libertad

11949375_10154145098298222_2826315663038806274_n
Las antorchas que recorren el país cada 15 de septiembre son símbolo tanto de la iluminación intelectual y espiritual, como de la libertad.

¿Asimilaron los próceres centroamericanos los mensajes liberales del Barón Montesquieu, Adam Smith y Thomas Jefferson, entre otros pensadores de la Ilustración? A continuación, cuatro advertencias hechas por liberales clásicos que nuestros antepasados quizás desestimaron, pero que esta generación de guatemaltecos debe atender urgentemente.

1. Los abusos del poder son intolerables. Desligarnos de la monarquía no nos blindó contra los autoritarismos abusivos. De Montesquieu aprendimos las bondades de separar y balancear los poderes del Estado. Él advirtió en El espíritu de las leyes (1748) que “cuando los poderes legislativo y ejecutivo se hallan reunidos en una misma persona o corporación, entonces no hay libertad, porque es de temer que el monarca o el senado hagan leyes tiránicas para ejecutarlas del mismo modo…Así sucede también cuando el poder judicial no está separado del poder legislativo y del ejecutivo. Estando unido al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, por ser uno mismo el juez y el legislador y, estando unido al segundo, sería tiránico, por cuanto gozaría el juez de la fuerza misma que un agresor.” Hoy vemos a representantes electos, como Nicolás Maduro, transformarse en dictadores, deformar las constituciones, controlar a los jueces e imponer leyes tiránicas. ¡Opongámonos tajantemente a tales prácticas!

2. El gasto público no se debe desbordar. “Coloco la economía como la primera y más importante virtud, y la deuda pública como el mayor peligro a temer,” escribió Thomas Jefferson. Vio claramente que perdemos nuestra libertad cuando los gobernantes contraen excesivas obligaciones. Adam Smith concluyó lo mismo: “no hay mayor impertinencia y, por lo tanto, presunción, en reyes y ministros, que pretender velar por la economía de las personas privadas para limitar sus gastos ya que ellos mismos, reyes y ministros, son siempre y sin excepción alguna, los más grandes derrochadores en la sociedad.” A Q.79.7 mil millones asciende la propuesta de presupuesto nacional más grande de nuestra historia, para el 2017, sin ancla en los ingresos correspondientes. ¡Pongámosle freno a la deuda pública!

3. Los impuestos son saqueo legal, en el peor de los casos, afirmó Frédéric Bastiat. Constituyen una transacción cuando el tributario transfiere su riqueza al gobierno a cambio de servicios púbicos. Sin embargo, algunos usan el mecanismo legal y coercitivo para vivir a costa de otros, y eso es inmoral. El hambre por más impuestos crecerá conforme aumentan los egresos, adivinó Jefferson. Previó que tasarán “nuestra carne y bebida, nuestra necesidad y nuestra comodidad, nuestro trabajo y nuestra diversión. Si podemos prevenir que el gobierno gaste lo que las personas ahorran, bajo pretexto de cuidar por ellas, entonces ellas serán felices.”

4. A mayor libertad, mayor crecimiento económico. Cuando Adam Smith dimensionó las secuelas dañinas del proteccionismo mercantilista, abogó por un marco institucional de paz, impuestos moderados y “una tolerable administración de justicia”. Un hábitat dentro del cual las personas pueden mejorar su propia condición, trabajando honestamente. La libertad comercial debe traspasar las fronteras nacionales, coincidió Bastiat con punzante humor: “Hay hombres al acecho a lo largo de toda la frontera, armados hasta los dientes, con el encargo de crear dificultades para el trasiego de bienes de un país a otro. Se llaman agentes aduaneros.” ¡Abrámonos completamente al libre comercio!
La libertad no es meramente un valor anticuado y romántico, o un quetzal surcando el cielo azul. Es un requisito para el florecimiento humano.

Este artículo fue publicado el 14 de septiembre del 2016 en la Revista Contra Poder y CEES.

Resentimiento y desarrollo

slide1

El resentimiento es un veneno y un mal consejero para el diseño de políticas públicas.

“Aquel ya solamente en tuc-tucs se desplaza”, “¿Viste cómo puso de coqueto su comedor la Fulana?”, “¡Quién diría que iba a pegar su negocio!”. Podemos leer las tres opiniones anteriores con tono de admiración o con un tono envidioso y resentido. El bien ajeno nos puede alegrar y estimular, o amargar. Tristemente, la segunda reacción es común. Además de enfermar al que así se siente, puede ser móvil de acciones y hasta de políticas públicas empobrecedoras en el largo plazo.

Resentir es revivir, una y otra vez, un enojo o malestar. “El resentimiento es como tomar un veneno y esperar que se muera la otra persona,” sentenció con humor Malachy G. McCourt, un actor, escritor y político irlandés-estadounidense. Coincide con este criterio el filósofo alemán Max Scheler, quien describe el resentimiento como “una autointoxicación psíquica”. Una persona puede hacer o dejar de hacer algo que objetivamente me ofende, pero también puedo exagerar o imaginar el mal causado. No podemos controlar los actos de los demás, pero sí podemos esforzarnos por dominar nuestras reacciones, a fin de evitar envenenarnos nosotros mismos. Recomiendan los psicólogos alinear nuestra voluntad e inteligencia, para no dar cabida a la afrenta, perdonar y olvidar.

Es tiempo que los guatemaltecos desterremos dos resentimientos: el racial y el anti-empresarial. ¿Cómo podemos catapultar hacia delante a nuestra sociedad pluricultural, plurilingüe y multiétnica, partiendo de la desconfianza mutua? ¿Cuánto acuerdo productivo hemos dejado pasar, por asumir, sin evidencia alguna, que la contraparte es aprovechada, racista, vengativa, malintencionada o deshonesta? ¿Es realista o sano rotular a los pequeños, medianos y grandes emprendedores como seres voraces y codiciosos, que se benefician a nuestra costa?

Somos inocentes de los crímenes cometidos hace cinco siglos: han nacido casi veinte generaciones de guatemaltecos desde 1542. Paralelamente, todo actor económico incursiona en un juego de suma positiva, el mercado, que es ciego e imparcial. Al mercado le es indiferente nuestra ascendencia, estatus social, nivel educativo y más. La creación de riqueza puede ser desencadenada por el arduo trabajo y la creatividad de cualquier sujeto esforzado. Si producimos bienes y servicios demandados por consumidores libres, y suscribimos contratos voluntarios, entonces nuestros actos no vulneran los derechos del prójimo. Cuando cooperamos socialmente y en paz, nos conducimos como personas responsables en igualdad de derechos. Aceptamos las consecuencias de nuestros propios actos y respondemos de nuestras faltas. El respeto a la vida, a la libertad y a la propiedad enmarca nuestro proceder. Constituye un obstáculo al progreso la noción de que la propiedad privada es un artilugio para la explotación, y peor aún, que necesitamos una revolución para abolir dicha institución social. Incluso quienes hoy aspiran llegar a adquirir propiedad se benefician de que este derecho sea fielmente garantizado y reconocido. El florecimiento humano parte del acceso libre a los mercados, a los contratos, a los empleos y a la propiedad.

En contraste, apilamos injusticia sobre injusticia cuando tomamos a la fuerza lo que pertenece a otros, aún cuando nos justificamos, y revestimos la medida con el lenguaje florido de la “redistribución social”, “carga tributaria progresiva”, o “justa retribución”. El gobierno ostenta el poder monopólico de coaccionar adultos, y mal hacemos como ciudadanos cuando aceptamos que ese poder sea abusado con el objetivo de destruir lo que otros han construido, violar el derecho ajeno o dar rienda suelta al resentimiento.

Este artículo fue publicado el 9 de septiembre del 2016 en la Revista Contra Poder y CEES.

El collage es un compuesto de varias fotos modificadas, basado en este dibujo.

Guatemala arde

2016-08-25-photo-00000009

¿Podemos los guatemaltecos convivir en paz, aquí, en este pedazo de tierra que compartimos? ¿De qué depende?

Dejan muertos los motines en las cárceles y los ataques armados en Chimaltenango, Suchitepéquez, Boca del Monte y otras ciudades. Turbas armadas invaden propiedades privadas en Villa Nueva, Izabal, y quién sabe dónde más; operan con impunidad. Comunidades huyen del crimen organizado en el Triángulo Norte, advierte insightcrime.org. El Instituto Nacional de Ciencias Forenses de Guatemala (Inacif) afirma que el primer trimestre del 2016 se registraron más muertes violentas que en el mismo período del año anterior. La Hora informa que Guatemala se ubica en la sexta casilla de 133, por la violencia registrada en el país, según el Índice de Progreso Social 2016. Guatemala corre peligro grave.

Frente a esta realidad, a veces nos sentimos como Nerón, quien supuestamente tocó el violín mientras Roma ardía en llamas, en julio del año 64. Los historiadores aclaran que Nerón no tocó el violín, un instrumento inventado en el siglo XI, ni ignoró el incendio. Quiso atender la crisis, pero ningún gesto sirvió para recuperar la confianza de sus súbditos. El emperador pasó a la historia como el inescrupuloso tirano que ciertamente fue.

¿Ignoro yo la crisis nacional, si uso este espacio semanal para reseñar un libro? Se trata de un libro titulado Economía para Sacerdotes (2016) que fue escrito por dos extranjeros, los filósofos argentinos Gabriel Zanotti y Mario Šilar. No lo creo, porque nos haría un inmenso bien asimilar las joyas de sabiduría contenidas en este texto hoy, cuando Guatemala arde. Me terminé de convencer de ello tras compartir la semana pasada con el Dr. Šilar, quien visitó nuestro país para impartir una serie de clases y conferencias.

La actividad económica, tal y como la describen Zanotti y Šilar, es un antídoto contra la violencia. Cuando Juan y Pedro llegan a un acuerdo voluntario, es porque ambos perciben ventajas de intercambiar. Ni Juan ni Pedro tienen incentivo de imponer su voluntad al otro con machetes, palos o pistolas. Todo lo contrario: el bienestar del prójimo es bien visto, sin envidias ni resentimientos. Los mercados libres son ciegos a las diferencias étnicas e ideológicas, a los títulos académicos y a las conexiones políticas. Cualquiera puede descubrir oportunidades, emprender, trabajar duro y crear riqueza. Incluso los que pueblan la “periferia” y los asalariados, que dicho sea de paso, nada tiene de malo ser empleado. Los forasteros que vienen a invertir y a comerciar nos hacen bien; quienes vienen a instigar pleitos y revoluciones, nos empobrecen. “Hay en la economía, verdaderamente, una auténtica opción preferencial por el pobre,” concluyen Zanotti y Šilar.

El título del libro es engañoso, pues los autores no conversan exclusivamente con sacerdotes. Se dirigen a aquellas personas que anhelan el progreso pacífico pero no terminan de comprender la actividad económica. “El texto supone abordar en clave diáfana problemas que requieren, para su mejor comprensión, de la sistematización de una cierta conceptografía (vocabulario específico y técnico) propia del análisis económico,” aclaran los autores.

Subrayan una y otra vez que nuestra participación en el mercado no riñe necesariamente con la ética. Los seres humanos no somos ángeles. Por ello, conviene edificar arreglos institucionales “que permitan a los agentes adoptar conductas responsables y prudentes”. Conviene contar con una “constitución limitante del poder, que obligue al gobierno al respeto a los derechos personales”. Sobre todo, el respeto al orden espontáneo, a los contratos y a la propiedad legítimamente adquirida.

Entre más guatemaltecos abracen estas lecciones, menos probabilidades tenemos de caer en manos de tiranos y criminales violentos.

Este artículo fue publicado el 2 de septiembre del 2016 en la Revista Contra Poder y el CEES.

La foto de Mario Silar presentando su libro fue tomada por Ramón Parellada.

La fe del atleta

cross

Nos despedimos nostálgicamente de las Olimpiadas en Río de Janeiro. Los competidores llenaron unos días de agosto de emoción y asombro.

Las competencias olímpicas hacen más que distraernos de serios problemas como el colapso del sistema de seguro social y de la red vial, los molestos bloqueos, las reformas fiscales y otras propuestas legislativas, los asaltos diarios, la desnutrición y la pobreza. Los atletas modelan una forma de vida atractiva. Detrás de cada partícipe en los juegos olímpicos hay una historia humana de sano propósito, esfuerzo deliberado, disciplina, excelencia, y en muchos casos, fe religiosa. Los atletas se exigen a sí mismos y al perfeccionar sus aptitudes físicas esculpen el propio carácter, y con su ejemplo nos muestran que las personas somos capaces de alcanzar las metas que soñamos, siempre y cuando estemos dispuestos a trabajar duro.

¿Quién no se maravilló al enterarse que los padres de la gimnasta estadounidense Simone Biles, ganadora de cuatro medallas de oro y una de bronce en Río, eran drogadictos? ¿Cómo llegó tan lejos partiendo de un inicio tan desamparado? Biles rebotó inestablemente de una casa de acogida a otra, hasta que sus abuelos la adoptaron a los seis años. Ellos la iniciaron en la gimnasia y en la fe. Se encomienda al santo patrono de los deportistas, San Sebastián, y carga un rosario en su bolsa. Otro atleta con una historia impactante es el clavadista David Boudia. Fracasó en sus primeras olimpiadas, en Pekín. En el 2012, sin embargo, ganó el oro y el bronce, y en Brasil ganó otras medallas de plata y de bronce. Escribió un libro, Más grande que el oro (2016), donde relata que su vida cobró sentido cuando decidió practicar su deporte para gloria de Dios, y no para vanagloriarse. Y luego está el hombre más rápido de la humanidad, el jamaiquino Usain Bolt, quien abandonó Brasil con tres medallas de oro nuevas. Hincado, se persigna antes de cada competencia y porta una medalla milagrosa al cuello. Un comentarista bromea que la Virgen María fue la mujer más popular en estas Olimpiadas, pues todas las cámaras estaban puestas en Bolt y su medalla…

De atletas como ellos podemos emular por lo menos tres actitudes ganadoras. Un primer sello distintivo es la humildad. El nadador Michael Phelps es tratado como un dios: ha ganado 28 medallas, más que cualquier otro deportista olímpico. Pese a la adulación de la cual ha sido objeto, alrededor del 2009 el atleta cayó en una espiral de alcohol y drogas y hasta fue arrestado por manejar ebrio. Atribuye su recuperación a la misericordia divina. Aunque no todos caen tan bajo como Phelps, muchos deportistas conocen sus cualidades y sus limitaciones reales: conocen el fracaso y el éxito. Su denodado esfuerzo huele a modestia y dignidad, e incluso a un deseo de servir.

También es atractiva la gratitud. “Me siento bendecida,” y “estoy agradecida” son las reacciones de la corredora Allyson Felix, ahora poseedora de nueve galardones olímpicos. Thea LaFond, de la Mancomunidad de Dominica, afirma que “todo lo que he estado haciendo es darle gracias a Dios, porque no podría haberlo hecho sin Él.” Agradecen los dones recibidos tanto como el apoyo de sus entrenadores y benefactores. Son optimistas. No toman nada por sentado, pues han aprendido a apreciar hasta los más pequeños detalles.

La perseverancia, ese esfuerzo continuo que supera obstáculos y ensaya posibles soluciones, es una tercera virtud a imitar. Los atletas olímpicos no se hacen instantáneamente. Los atletas vencen el cansancio y el sueño; comprometen su voluntad, evitan el desaliento, arremeten contra los límites físicos y mentales una y otra vez.

Los juegos del 2016, el país anfitrión y la pasiva expectación de los mismos no escapan críticas válidas. Pero también podemos hacer propósitos de mejora inspirados por admirables atletas.

Este artículo fue publicado el 26 de agosto del 2016 en Revista Contra Poder y CEES.

¡No más impuestos!

slide1

¿Puede reponerse el Presidente Morales de esta equivocación? ¿Bajo qué extrañas condiciones puede una reforma tributaria ser popular?

¡No más impuestos! Así reaccionamos ante la inoportuna movida del Organismo Ejecutivo de promover una nueva reforma tributaria. Malinterpretaron el sentir popular los asesores de la Administración Morales-Cabrera, sobre todo los extranjeros que no pagan impuestos en Guatemala. Cuando se destapó la olla de grillos de la corrupción, nos asombró la ubicuidad de la pobredumbre; las estructuras están totalmente apolilladas. Elegir a un empresario honrado como presidente y llevar a juicio a unos cuantos sospechosos no impacta sobre el modus operandi de miles de burócratas. Los funcionarios actuales temerán parar en una situación similar a la que enfrentan los chivos expiatorios acusados, y quizás se cuiden un poco, pero las reglas del juego siguen facilitando prácticas inmorales. Repudiaremos cualquier aumento tributario mientras exista certeza que nuestras contribuciones serán malgastadas.

Los ponentes deben pensar que jamás es buen momento para proponer alzas tributarias, pues nadie quieren pagar impuestos. Quizás creen que pueden aplacar las voces enfurecidas con argumentos sobre las bondades de su propuesta, pero ésta básicamente recicla ideas viejas y juega con porcentajes en lugar de ser una reforma para limpiar, simplificar y armonizar el panorama impositivo. Quizás creen que no tienen capital político que perder, pero un exasperado pueblo puede volver a protestar y reclamar la renuncia de los actuales funcionarios. Dichos asesores deberían leer la obra del economista sueco Knut Wicksell (1851-1926), quien analizó los impuestos con un enfoque microeconómico, según el interés del contribuyente.

Wicksell concluyó que el tributario prefiere pagar lo mismo que recibe de vuelta en servicios gubernamentales. En otras palabras, los ingresos tributarios deben igualar al gasto público. Wicksell elaboró este planteamiento en una época durante la cual la nobleza dominaba el ámbito político tanto en Alemania como en Suecia. Los nobles gozaban de los beneficios de lo recaudado sin cargar con el costo. Por ejemplo, se cobraba un impuesto de hasta 200% al rapé (un tabaco que se aspira) o a las salchichas, bienes preferidos por la clase media. Wicksell fue lo suficientemente inteligente para reconocer que cuando la clase obrera asumiera el control, haría exactamente lo mismo, promoviendo impuestos que recayeran sobre una minoría rica.

Por ello, el economista insistió en la necesidad de limitar el poder político en lo que respecta al diseño y la aprobación de impuestos. Propuso que sólo se crearan impuestos para fines específicos y anunciados. Esto implica identificar las necesidades ciudadanas, evaluar los costos probables de satisfacerlas, y posteriormente proponer el tributo correspondiente. Las contribuciones por mejoras que pagamos a la municipalidad se apegan a esta visión. Para la aprobación de cada impuesto, se requeriría del voto favorable de una super-mayoría (Wicksell recomendaba usar la regla de la unanimidad), otorgada mediante consulta popular directa o por medio de nuestros representantes ante el Congreso. Así se evita la tiranía de la mayoría y la redistribución hacia grupos políticamente hábiles que extraen privilegios del gobierno. Finalmente, cada impuesto tendría una vida máxima de cinco años. Este sistema redundaría en una democracia vital, cuyo gobierno tendría funciones claramente delimitadas y gozaría de una envidiable credibilidad por corresponder a las preferencias de casi la totalidad de los ciudadanos.

Presidente Morales, mejor gaste su capital político proponiendo medidas wickselianas que aseguren mejores condiciones de vida a los guatemaltecos de aquí a futuro.

Este artículo fue publicado el 19 de agosto del 2016 en la Revista Contra Poder y CEES.

La fotografía de Knut Wicksell es adaptada del sitio http://www.eumed.net.

Demasiada competencia

arbol

La competencia que es excesiva es la competencia por regular y regular y regular cada faceta de nuestras vidas.

La semana pasada concluyeron las audiencias convocadas por la Comisión de Economía y Comercio Exterior del Congreso de la República para analizar la iniciativa de Ley de Competencia. Dicen que Guatemala es el único país en América Latina que aún no cuenta con semejante ley. Además, prometimos a la Unión Europea aprobarla. Es tal la presión que perdemos de vista el grave peligro de caer en la doble regulación, la redundancia y la turbiedad que generará confusión, corrupción y abusos.

Es un mal hábito afirmar que “no tenemos una ley ” para enmarcar esta o aquella actividad, cuando normas vigentes ya regulan la materia. Cada nueva iniciativa tendría que pasar un doble colador. Primero, la propuesta debe ser superior al ordenamiento vigente en calidad y claridad. La Constitución prohíbe los monopolios en el artículo 130, y el Código de Comercio contiene protecciones a la libre competencia. ¿Necesitamos otros 178 artículos para demarcar cómo competir unos con otros?

Segundo, los ponentes deben justificar los costos asociados con las nuevas disposiciones. Cada despacho estatal creado representa una carga adicional para los tributarios. Aquí se instituye una Superintendencia de Competencia con poderes discrecionales para castigar al actor económico que a su juicio es insuficientemente competitivo. El costo de mantener un nuevo despacho se suma a los costos ocultos, inmedibles, que impondrá a miles de emprendimientos susceptibles de ser sancionados.

¿Por qué, si el proyecto dice defender la competencia libre, tiene detractores liberales? Pues, pese a su nombre y a su poética prosa pro-libertad, la Ley de Competencia entorpecería la dinámica del mercado. Esa ha sido la experiencia con las leyes anti-monopolio y de competencia desde la aprobación en 1890 de la Ley Sherman en Estados Unidos. El profesor del derecho Sylvester Petro (1917-2007) afirma que las leyes anti-monopolio, tanto las federales como las estatales, restringen en lugar de preservar la competencia. Ello se debe a dudosas interpretaciones y a malas decisiones administrativas. Además, comportan subsidios que protegen a negocios ineficientes. La competencia de mercado es el resultado de la adecuada protección de los derechos de propiedad privada y de la inviolabilidad de los contratos, subraya Petro.

El mercado verdaderamente libre es un proceso cambiante. Crecen las empresas cuyos administradores son capaces y responden a las preferencias de los consumidores. En cualquier momento, sus competidores existentes y potenciales podrían robarles participación de mercado.

Si tenemos que tener una ley debido a la insistente presión extranjera, los diputados podrían aprobar una Ley de Competencia con tan solo cuatro artículos. Ellos servirían para reafirmar: los derechos de propiedad privada, la inviolabilidad de los contratos, la libertad de entrada a cualquier oferente, y finalmente, la ilegalidad de los monopolios artificiales creados, sostenidos y protegidos por el gobierno.

La Administración Morales-Cabrera y la Octava Legislatura debe despertar al hecho que, al abrirse tantos frentes y proponer tantos distintos cambios a las reglas del juego, alimentan una intolerable incertidumbre. La Ley de Competencia se suma a decenas de iniciativas, algunas de las cuales también abordan temas de envergadura, como la Ley de Aguas. Se acompaña de la amenaza de una cara reforma tributaria, una feroz persecución penal de personas sospechosas de evasión fiscal, una nula defensa de la propiedad privada, una deteriorada infraestructura vial, baja en la inversión extranjera directa, y más. Daños graves a la economía guatemalteca se traducirán en reveses políticos para los gobernantes de turno.

Este artículo fue publicado el 12 de agosto del 2016 por la Revista Contra Poder y CEES.

La fotografía es de una planta parásita que puede terminar matando a la planta de la cual obtiene sus nutrientes, porque la excesiva regulación en lugar de proteger, mata.

Pobreza crónica

Slide1

Si mucho, los pobres necesitan apoyo para emprender e insertarse en un proceso productivo que les permita asir firmemente el timón de su propio destino.
Guatemala es el país con más pobreza crónica en América Latina, dice el titular de Siglo Veintiuno del lunes 1 de agosto. Golpea: no queremos tener ese récord. Las personas que son crónicamente pobres lo han sido durante por lo menos cuatro años, y quizás lo sean siempre. Es una categoría distinta del pobre “transitorio”, que puede entrar y salir de la pobreza o convertirse en clase media. La lamentable estadística proviene del estudio Los olvidados, pobreza crónica en América Latina y el Caribe (2015), realizado por Renos Vakis, Jamele Rigolini y Leonardo Luccheti para el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento del Banco Mundial.

Fue duro enterarnos que la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) del 2014, detectó un amento en la pobreza total, y una exacerbación de la pobreza extrema. Ahora nos dicen que nuestra pobreza es crónica.

El desesperanzador cuadro que pintan los datos y los reporteros guatemaltecos contrasta con el tono francamente optimista del estudio por Vakis, Rigolini y Luccheti. Ellos hablan de una “década exitosa” y del “resultado más impresionante en reducción de la pobreza en la región”. El continente está a punto de tener más habitantes de clase media que habitantes vulnerables.

Guatemala no tiene porqué ser el patito feo de América Latina. Si vencieron el demonio de la pobreza algunas economías que antes fueron centralmente planificadas, como la de China, país que aferrado al totalitarismo político, nosotros también podemos hacerlo.

Sin embargo, es importante cambiar nuestra forma de pensar sobre los indigentes. Debemos enterrar de una vez por todas dos ideas erróneas. En primer lugar, salvo algunos hippies y bohemios, la mayoría de los pobres no prefieren vivir como viven. Algunos socialistas idealizan la vida de campo y quisieran retroceder a una apacible época pre-Revolución Industrial, o incluso pre colonial. Quieren ver paisajes con pintorescas chozas, sin láminas ni blocs, pobladas por indígenas en trajes típicos que subsisten autárquicamente. En la vida real, las innovaciones que aumentan la productividad en los sectores agrícola e industrial y que crean empleos asalariados, ayudan a los guatemaltecos y sus familias. El romanticismo nostálgico los daña.

En segundo lugar, la pobreza no es una falla de mercado. Según esta tesis, el sistema capitalista excluye, margina y hasta condena a la miseria a un desvalido grupo social, como si fuera una desalmada bestia que se alimenta de pobres para beneficio de unos privilegiados ricos. No solamente Carlos Marx vio la pobreza como una consecuencia inevitable o estructural del capitalismo; los economistas de bienestar, menos radicales, caen en la misma lógica. Concluyen que los gobiernos y la cooperación internacional deben rescatar al pobre, cual héroes.

El Banco Mundial y muchos economistas de desarrollo ya descartaron estas dos ideas nefastas. Gracias a William Easterly y a otros ex burócratas desencantados con los resultados cosechados por décadas de aplicar el modelo de ayuda externa, el tono de las publicaciones dentro los organismos internacionales es abiertamente revisionista: tenemos que implantar estrategias novedosas. Reconocen que el mercado saca a los pobres de pobres, no así la cooperación internacional ni los programas estatales redistributivos. Excepto cuando se producen catástrofes que claman por ayuda humanitaria, ahora se enfatiza el desarrollo, no la redistribución. Los programas fracasados tendían a dirigirse a desvalidos objetos de caridad. Ahora, aconsejan tratar al pobre como un par o un socio, pues aunque carezca de educación formal o abundantes medios materiales, sí es capaz de trazarse metas y florecer.

Este artículo fue publicado el 5 de agosto en la Revista Contra Poder y el CEES.

Impuestos y democracia

pared

Los vicios, combinados con un abuso de la democracia, conducen a malos resultados.
Había una vez una pequeña comunidad llamada Demo que decidió darse un gobierno para que los protegiera de potenciales agresores. Los ciudadanos podían así ocupar su tiempo en asuntos productivos. El grupito gobernante, sin embargo, no creaba riqueza. Reunidos, los habitantes de Demo acordaron unánimemente sufragar su manutención con pequeñas transferencias monetarias, vistas como el pago por un servicio valioso.

Pasó el tiempo y Demo creció. Algunos ciudadanos querían endilgar a los políticos algunas responsabilidades que les resultaban cargantes. Unas almas compasivas querían ayudar a los indigentes con subsidios estatales en lugar de ejercitar la caridad. Ambos sectores propusieron rebanar otra tajada de los ingresos de los ciudadanos para financiar los nuevos gastos. A los políticos les gustó la idea de amasar dinero y poder. Se acordó tomar la decisión por mayoría, porque varias personas vociferaron en contra de la moción. Los demoltecos productivos salieron esquilados por la coalición compuesta por las minorías de vividores, altruistas y políticos. La transferencia voluntaria se convirtió en impuesto, y se decretaron castigos para quienes no pagaran.

Tristes, unos productivos demoltecos emigraron. La recaudación bajó, y los gobernantes reaccionaron subiendo aún más la carga tributaria, de plumazo. Se hizo realidad la advertencia de John Stuart Mill: “Aquellos que no pagan impuestos, disponiendo con sus votos del dinero de otras personas, tienen todo el incentivo de ser espléndidos y ningún incentivo para economizar.” No cayeron en cuenta que debilitaban la democracia empleando el poder para la expoliación.

La economía de Demo languidecía y los servicios públicos eran deficientes, incluidos los servicios de defensa y seguridad nacional. Un forastero que pasaba por Demo le contó a los angustiados demoltecos que en su país natal, Guatemala, la Superintendencia de Administración Tributaria (SAT) reportaba una reducida base de 704,553 contribuyentes activos. Es tan solo el 4.7 por ciento del total de los guatemaltecos, explicó el forastero, porque en Guatemala hay una economía informal gigantesca. Sería más estable y sano contar con una amplia base de contribuyentes, concluyeron los atentos demoltecos. Lo que es más, narró el chapín, la SAT no trata como evasores a los miles de trabajadores no registrados, pero sí persigue, justa o injustamente, a algunos de los contribuyentes activos. Unos enfrentan juicios y son encarcelados por evasión.

Un forastero rubio y alto se rió. Exclamó, “¡Eso no es nada!”. Concedió que la base tributaria en su país, Estados Unidos, es más amplia que en Guatemala, pero su preocupación era otra. En un estudio publicado por la Foundation for Economic Education (FEE), el estadounidense leyó que el ejército involucrado en el cobro de impuestos es tres veces más grande que las Fuerzas Armadas. Cada año, los tributarios invierten 8.9 mil millones de horas en completar formularios de impuestos; es como si 4.3 millones de personas trabajaran todo el año, tiempo completo, dedicados exclusivamente a esta tarea. Enojado, el extranjero rubio agregó que la Tax Foundation estimaba el costo anual del papeleo por impuestos federales en U.S.$ 409 mil millones.

Bastaron las historias y la experiencia para convencer a los demoltecos de enmarcar las políticas fiscales dentro de un marco constitucional. Demo adoptó la norma recomendada por Dan Mitchell, según la cual la economía privada debe crecer más que el sector público. De lo contrario, el gobierno se comporta como los peces dorados, que teniendo acceso a ilimitada comida, comen hasta morir.

Este artículo fue publicado el 29 de julio del 2016 en la revista Contra Poder y el CEES.

Privado, privatización

Slide1

Es un error común, pero nefasto, satanizar lo privado.

Prendí el radio mientras conducía. No logré identificar a la voz masculina que hablaba por Radio María, por lo cual me referiré a él respetuosamente como La Voz. La parte de su locución que alcancé escuchar sigue rondando mi mente. Es malo convertirnos en católicos “privados”, y practicar la fe encerrados en nuestra habitación, dijo La Voz. Accedí con la cabeza. ¿Cómo no compartir el tesoro y la alegría de la fe con quienes nos rodean? Los creyentes damos testimonio de la Buena Nueva mediante la persuasión y el ejemplo. Pensé en los gobiernos que prohíben los crucifijos y otras manifestaciones de religiosidad en aras de la separación entre la Iglesia y el Estado. Coartan la libertad religiosa de sus ciudadanos al llevar a un extremo malsano dicha separación.

Estas cavilaciones me alejaron del argumento desarrollado por La Voz. Hemos privatizado la religión, se quejó vehementemente, y pretenden privatizar la tierra, las hidroeléctricas y las minas….Algunos quieren las cosas privadas, prosiguió La Voz, para disfrute personal, para negárselas a otros, por egoísmo. Pero Jesucristo y la tierra son para todos, y hemos de tenerlos en comunidad…en comunismo. Moví la cabeza en triste desacuerdo.

¿Conoce Usted la película de terror La mancha voraz, de 1958? La Mancha era una plasma depredadora sin forma, sin corazón y sin mente. Supuestamente, era superior a los seres humanos. ¿Se aproximará la Mancha al ser ideal de La Voz? ¿Debemos vaciarnos, y sepultar nuestras particularidades para vivir en comunión con otros? No lo creo. Dios ama a cada persona única e irrepetible. Para fraguar nuestro camino de salvación, debemos crecer en vida interior. Si no hacemos esa carpintería hacia adentro, no podemos darnos a los demás con generosidad. Al no tener nada que dar, la Mancha destruía. Así, ese rato a solas con Dios, frente al oratorio o en nuestra habitación, no es necesariamente sinónimo de individualismo.

Poseer bienes tampoco nos transforma ipso facto en codiciosos y ensimismados idólatras de lo material. La Constitución Pastoral Gaudium et Spes recoge la postura tradicional de la Iglesia a favor de la propiedad privada. Ésta “contribuye a la expresión de la persona y le ofrece ocasión de ejercer su función responsable en la sociedad y en la economía…La propiedad privada…asegura a cada cual una zona absolutamente necesaria para la autonomía personal y familiar y debe ser considerada como ampliación de la libertad humana.” (71) En cierto modo, la generosidad depende de la libertad y la propiedad privada, porque no podemos ceder voluntariamente aquello que no nos pertenece. Carece de mérito moral repartir bienes ajenos o comunales.

La propiedad privada es un instrumento social adecuado para asegurar el racional y óptimo uso de los bienes que Dios puso a disposición universal de la humanidad. Samuel Gregg lo expresa así: “la propiedad privada es un medio normativo para realizar el principio del uso común de los bienes”. La propiedad privada desarrolla nuestra autonomía y personalidad. Nos incentiva a trabajar, y a ser creativos y productivos.

La Voz podría sostener que los propietarios automáticamente dañan al prójimo. Ocurre lo contrario. Las personas productivas emplean su condición de dueños para proveer a los demás de alimentos, ropa, zapatos, ollas, electricidad y más. Satisfacen nuestras necesidades básicas. Los regímenes comunistas entorpecen esta dinámica de mercado, mutuamente beneficiosa.

Finalmente, los derechos de propiedad claramente definidos garantizan la paz. Sólo cuando sabemos quién tiene derecho a qué podemos encontrar una solución a los conflictos de interés entre los miembros de la comunidad.

Este artículo fue publicado el 22 de julio del 2016 en la Revista Contra Poder y el CEES.

La fotografía fue adaptada de este sitio. No es original.

Falsos dioses

Slide1

Las raíces cristianas definen al Occidente. La religiosidad de un pueblo no es dañina, afirma el historiador Christopher Dawson.

Esta semana el Instituto Fe y Libertad inaugura un seminario para discutir Los dioses de la revolución, una obra por Christopher Dawson (1889-1970). Bajo dirección del especialista en derecho constitucional, Jesús María Alvarado, los asistentes dedicaremos tres sesiones a analizar el último libro publicado por el historiador inglés. De hecho, Los dioses de la revolución salió a luz pública en 1972, dos años después de su muerte.

En Guatemala sabemos poco sobre Dawson, a pesar de la relevancia de sus escritos para cualquier país cristiano. Dawson ha sido descrito como el mejor historiador católico de Inglaterra. Gerald Rusello, del Centro de Recursos para la Educación Católica, opina que “fue probablemente el estudioso más penetrante de la relación entre religión y cultura que jamás ha escrito”. Cuando se convirtió al catolicismo en 1914, ya había completado estudios de historia y economía en Oxford. Publicó su primer libro en 1928: The Age of Gods. Sus biógrafos aducen que quedó inconclusa su ambición de redactar varios tomos sobre la civilización europea, desde la antigüedad hasta la era moderna. Quizás sus libros más conocidos, traducidos al español, son Progreso y Religión (1929) y The Making of Europe (1932), obra que en castellano se titula Los orígenes de Europa o Así se hizo Europa. Fue docente universitario en Exeter, Liverpool y Edimburgo. De 1958 a 1962, ocupó el puesto de catedrático titular de estudios católicos en la Universidad de Harvard.

Una hipótesis común es que la piedad popular perpetúa el retraso socio-económico en Guatemala. Algunos asumen el antagonismo entre fe y razón, o juzgan que la religiosidad promueve actitudes conformistas. Estas posturas son reformulaciones de aquella tesis renacentista, según la cual el arranque del progreso económico en Europa coincide con la superación de la oscura Edad Media. El cristianismo forjó la civilización occidental, subraya Dawson, pero su influjo fue positivo. Explica Rusello que para Dawson, “cuando la fe cristiana penetra una cultura,…inicia una regeneración espiritual que afecta no sólo la cultura material y externa, sino la constitución interior de sus miembros.”

Christopher Dawson es un historiador de las ideas. En Los dioses de la revolución, advierte que “se podría cometer el gran error de ignorar o minimizar la importancia del factor intelectual en la Revolución, como han hecho muchos historiadores modernos…Si vamos a negar la influencia del liberalismo en la Revolución Francesa, tendríamos que negar la influencia del comunismo en la revolución en Rusia.” Según Dawson, el cristianismo predomina sobre todas las ideas que han moldeado Occidente, pues es gracias a su filosofía que concebimos la evolución social como un proceso dinámico. Existe un plan divino para la humanidad del cual podemos o no estar conscientes, pero aún así, las personas organizan su convivencia con libertad. Una sola persona, como por ejemplo San Agustín o Santo Tomás de Aquino, pueden imprimir su sello a sociedades completas. El autor pretende recordarnos que un milenio de ideas cristianas ha calado hasta lo más hondo de la cultura europea.

Aunque tienen raíces cristianas, las doctrinas racionalistas y seculares, tanto la liberal como la socialista, intentan sustituir la fe cristiana. El problema es que cuando los movimientos seculares dejan de lado, o atrás, las creencias cristianas, tienen que rellenar el vacío con otros dioses. El grave peligro para nosostros es que las nuevas religiones de la raza, el proletariado, la “libertad, igualdad, fraternidad”, u otras más actuales, terminan subordinando al individuo al Estado.

Este artículo fue publicado el 15 de julio del 2016 en la Revista Contra Poder y el CEES.